
Oct 11 Manuel Carrasco, una arrolladora quema de naves del ‘Tour salvaje’ en el Palau Sant Jordi (REVISTA)
El cantante onubense cerró gira con un monumental concierto de más de dos horas y media en el que cantó a Serrat en catalán, dedicó unos fandangos a Barcelona y contó con invitados como Rigoberta Bandini
El galope del caballo desbocado, el niño hambriento que llama a su madre, el viento que grita que “nos roban el tiempo”. Manuel Carrasco acude a esa clase de imágenes líricas peliculeras para envolver sus nuevas canciones y su ‘Tour salvaje’, que invoca la raíz, lo primitivo y lo genuino como salvación de la humanidad. No se conforma con poco el onubense, que aspira a atravesar conciencias en conciertos largos (más de dos horas y media) e intensos, como el de este viernes en un Sant Jordi con las entradas agotadas desde hacía meses.
Cierre de gira con el mecanismo motivador muy rodado: antes de empezar, mensajes en las pantallas animaron a gritar lo más alto posible y un termómetro indicó que se había batido algún récord. (“¡Enhorabuena, salvajes!”). Preámbulo de un concierto en el que las metáforas se asentaron en materiales muy físicos, empezando por el poderío vocal y escénico de Carrasco, que vistió un curioso estilismo, modelos de pieles y flecos como salidos de bosque profundo.
La canción titular de su último álbum, ‘Pueblo salvaje’, estuvo a la altura de la narrativa promocional, tirando a sobreactuada, con un recorrido serpenteante, a juego con un mensaje crítico contra las pantallas, el diazepam y “lo que llaman vanguardia”. Arquitectura sónica arrolladora, con énfasis percusivo tribal. El material nuevo reservó otros relieves reseñables en la tonada pop de ‘Los sueños perdidos’ y la media luna flamenca configurada en ‘Salitre’.
Carrasco nos recordó que sabe ser muchas cosas: cantautor con matices y principios (‘Siendo uno mismo’), rumbero aromático (‘Uno x uno’) y baladista un poco cursi: ‘No dejes de soñar’, que compartió con Rigoberta Bandini, invitada inesperada. El concierto no fue lineal y acogió un coro góspel en ‘Que nadie’, antes de que Carrasco se quedara solo con la guitarra y medio-improvisara un fandango dedicado a Barcelona, con citas al Born y La Boqueria, y algunos versos en catalán.
El acartonamiento que amenaza las grandes producciones, fulminado. Carrasco recordó sus inicios aquí, en tiempos de ‘OT’, “hace 22 o 23 años”, e invitó a subir y compartir ‘Aquellas pequeñas cosas’ a tres colegas con los que compartía canciones en el bar Mediterráneo, de la calle Balmes: Joan Tena, Pedro Javier Hermosilla y, al teclado, Jordi Cristau. De nuevo solo, siguió con Serrat, y refrescando su catalán, en ‘Paraules d’amor’.
Carrasco dominador de los elementos, todavía suministrador de algún truco de magia cuando se sentó al piano, y que nos invitó a creerle, al pie de la letra, cuando en ‘Tengo el poder’, deslizó su declaración de intenciones: “Quien quiera pararme, no podrá”.
FUENTE, ENLACE A LA NOTICIA Y GALERIA DE FOTOS:EL PERIODICO
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